Encarna María Toral

Encarna María Toral
Ansiedad en la adolescencia. Testimonio de un sentimiento.
junio 23, 2024

Abro los ojos y lo único que veo es un espacio negro que me rodea. Puesto que no sé dónde me encuentro, me levanto con cuidado por si mi cabeza choca con el techo. Ando con cuidado por la estancia, pero en ningún momento ocurre, y tampoco rozo ninguna pared. Me planteo si puedo estar en el exterior, pero no es posible ya que no hay ninguna corriente de aire y el suelo que estoy pisando es de mármol. Parezco estar en una habitación muy grande, aunque no lo tengo claro. Todo sigue oscuro. No veo ninguna puerta ni ventana. No hay luz.

Entonces, recuerdo la pulsera que me había regalado mi abuela. La había hecho ella misma. Miro mi muñeca, ahí está, los trenzados hilos de distintos tonos de verde (mi color favorito) entrelazados para formar aquella fina cuerda que adorna ahora mi mano.

Entonces veo al fondo de la estancia una lámpara encendida que ilumina la mesa en la que se apoya. Me acerco, y justo antes de que se apague, veo una sombra detrás de la mesa.

Todo vuelve a quedarse oscuro y en silencio, pero solo por un segundo. Luego, empiezo a escuchar voces, gritos, ruidos y pitidos que no salen de mi mente. Retrocedo lentamente, mi espalda toca con una pared y caigo al suelo. Intento levantarme, pero mi cabeza choca contra un techo que antes no existía. Intento estirarme, pero las paredes se acercan cada vez más. Ya no estoy en una habitación sino en una caja oscura y con sombras que me gritan. Mi pulsera ha desaparecido. Siento una presión en el pecho que sube hasta formar un nudo en mi garganta. Me falta el aire, intento gritar, pero no puedo. La caja es cada vez más pequeña. No puedo respirar, me ahogo.

Y entonces, me despierto en mi cama, llorando. Acabo de llegar del instituto, me he tumbado un rato antes de ir a comer.

Esa sensación me persigue todos los días. Cada mañana antes de ir al instituto, cada noche.

Vuelvo a esa caja.