Desde entonces, se ha producido una extensa investigación en el campo de la DI. A partir de estas investigaciones, se han ido creando instrumentos de evaluación que han hecho posible contar con un perfil sólido en el estudio sobre la depresión infantil.
¿Cuáles son sus síntomas? ¿Cómo podemos saber si un niño/a o adolescente puede tener depresión?
Siguiendo las características actuales que define el DSM 5 en el apartado de trastornos depresivos, podríamos observar: poco apetito o sobrealimentación, insomnio o hipersomnia, poca energía o fatiga, baja autoestima, falta de concentración, dificultad para tomar decisiones y/o sentimientos de desesperanza. En los niños y adolescentes, el estado de ánimo puede ser irritable, se pueden dar problemas de conducta y rabietas.
Los adolescentes también podrían exteriorizar su malestar a través del abuso de sustancias y conductas de riesgo.
Además de los criterios descritos, podrían aparecer sentimientos de vacío, disminución del interés por actividades que antes le resultaban motivadoras, apatía, sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva así como pensamientos o ideas suicidas.
Estos síntomas no tienen por qué darse en su totalidad en cada uno de los niños/as y adolescentes que presentan una depresión ni tampoco aparecer en el mismo grado de intensidad. Además, deben mantenerse en el tiempo, durante al menos dos semanas, para poder tener en cuenta un posible diagnóstico enmarcado en los trastornos depresivos. En este sentido, es importante consultar a un profesional de la psicología para que pueda realizar una evaluación adecuada.
Se puede decir, si atendemos a todos los síntomas descritos, que la depresión infantil consiste principalmente en un trastorno afectivo. La tristeza y la ausencia de disfrute serían el núcleo fundamental.
Por tanto, ¿qué factores pueden influir en un niño/a o adolescente en el desarrollo de un trastorno depresivo?
Si atendemos a las primeras teorías de Spitz y Bowlby, ¿tendría que ver con la separación de las figuras paternas en las primeras etapas del desarrollo?
Podríamos decir que en determinadas circunstancias, como el caso de los niños/as que observaron en sus orfanatos los citados autores, sí podría ser una causa, aunque actualmente conocemos que existen otros factores de riesgo, además de los problemas de apego, que pueden influir y ser determinantes. A continuación, expondremos los más relevantes:
Factores personales: cada persona tiene una constitución orgánica que le hace más o menos propensa a reaccionar de una manera u otra. Desde la psicología se ha subrayado que esta base neurofisiológica se plasma en el temperamento, que es la disposición general de cada persona para reaccionar, fundamentalmente de carácter emocional, ante los estímulos y circunstancias del entorno. Por tanto, aquellos niños/as y adolescentes que tienden a interiorizar sus emociones, más inhibidos, en los que generalmente, hay una ausencia de sentimientos positivos, presentan mayor vulnerabilidad para desarrollar una depresión.
Factores ambientales: en el caso de niños/as y adolescentes, hay que destacar la importancia del entorno familiar por la fuerza de los lazos emocionales que se establecen entre el niño/a y su familia. Se considera que la existencia de trastornos depresivos en los padres es un factor de riesgo importante en relación a la aparición de la depresión infantil.
Relaciones entre los miembros de la familia: otro elemento relevante son las relaciones familiares. El clima afectivo en el que se desenvuelve la familia es esencial para la promoción de las emociones tanto positivas como negativas. El niño/a necesita considerar la familia como un sistema de apoyo y protección que le haga sentirse seguro y equilibrado ante los cambios del entorno. Tanto el desamparo como la sobreprotección resultan inadecuados para el correcto desarrollo emocional de un niño/a.
Las relaciones entre la pareja tienen especial importancia porque en ellas se basa la armonía familiar. Todas las investigaciones subrayan los efectos devastadores sobre los niños/as a causa de las relaciones tormentosas de los padres.
Hábitos de crianza: la gran responsabilidad de los padres es la socialización de los hijos/as. Esto se logra introduciendo a los niños/as en las normas que rigen la sociedad a la que pertenecen. En familia no se pueden imponer reglas sin afecto. La depresión se produce más fácilmente en aquellas familias en que existe un mayor distanciamiento y hostilidad. La combinación de estos elementos es percibida por el niño/a como un rechazo, lo que incidirá en la posible aparición de emociones negativas.
Por otro lado, la sobreprotección, que es el polo opuesto a la hostilidad, puede también ser un desencadenante de la depresión, porque el niño/a se siente indefenso en el mundo exterior, tan diferente del familiar sobreprotector.
Acontecimientos vitales: los acontecimientos negativos producen una reacción emocional acorde. Si esta se mantiene en el tiempo, podemos estar ante una alteración que suele ser depresión. ¿Qué acontecimientos pueden afectar más a un niño/a? Un niño/a pequeño es sensible a hechos que ocurren en su entorno familiar como pérdidas o cambios en los vínculos con personas queridas. También son vulnerables a acontecimientos relacionados con el rendimiento escolar, la interacción con los compañeros, la competencia en el juego, pertenencia al grupo, etc. Los adolescentes, por su parte, lo son ante la transformación corporal y personal, el cambio de relaciones con padres y amigos, el inicio de relaciones de pareja y el nuevo rol social.
Teniendo en cuenta estos factores de riesgo, la mayoría de los autores coinciden en señalar que el origen de la depresión estaría en una cierta pérdida: la pérdida de la autoestima, la de la autoeficacia o incluso la pérdida de experiencias agradables.
Además de los factores que hemos expuesto de forma resumida, podrían existir otros que no hayamos descrito. Lo cierto es que podrían existir tantos como circunstancias vitales y personales existan en cada caso. Por este motivo, es importante analizar de manera individualizada el momento y trayectoria vital de cada niño/a o adolescente, con el fin de determinar qué es lo que está ocurriendo y qué necesita para mejorar su situación.
Los datos actuales nos dan una prevalencia en niños/as españoles de entre 8-12 años de un 2% de la población infantil con depresión mayor y un 6% de trastorno distímico, un tipo de depresión de mayor duración y menor intensidad de los síntomas.
Todos los datos expuestos dejan ver la importancia de tener en cuenta el mundo emocional en la infancia y la adolescencia, de saber detectar posibles estados depresivos con el objetivo de intervenir de una forma temprana y de ofrecerles el apoyo y las herramientas necesarias en estos momentos tan importantes de su desarrollo.
Referencias bibliográficas:Tratando la depresión infantil. Victoria del Barrio. Editorial Pirámide. 2008, 2020.