Escrita por J.F. 21 años
Varias semanas después, empecé a asumirlo con una mayor positividad, naturalidad y pragmatismo ayudándome a comprender y entender muchos de mis comportamientos durante la infancia y primera etapa de mi adolescencia, a comprender mi diagnóstico como un tipo de personalidad nada excluyente del ciclo rutinario de la vida, a considerarlo como la brújula y el plano para subir el pico del Aneto.
Durante toda mi infancia tuve unos intereses un tanto peculiares y diferentes al del resto de niños: Me encantaban las grúas (cada vez que veía una, sentía la misma emoción que al abrir los regalos el día de reyes), los canguros, los coches, memorizar sus matrículas, ojear las páginas amarillas o la guía Campsa como si fuera el periódico por las mañanas, aprender y empaparme todos los países con sus respectivas capitales y ciudades importantes o hacer una tortilla de patatas a lo Karlos Arguiñano en mi cocina de juguete, son solo algunos ejemplos de mis intereses de aquella época.
En la segunda etapa, de los 9 a 12 años, escribía en foros de meteorología, soñaba con ser observador meteorológico, a pesar de que mi aspiración fuera objeto de burla por algunos compañeros; acompañar a mis padres a votar y ver los recuentos electorales, jugar al Fifa manager, salir a la naturaleza, viajar… Mi carácter era el de un niño tímido, introvertido, retraído y fuera de los cánones habituales. Esto trajo consigo algunos problemas sociales como la falta de comprensión de ciertos compañeros/as e incluso, de algún profesor/a, en relación a mi comportamiento y mis intereses, aunque por lo general, era bien valorado entre el resto de profesores y una parte importante del alumnado (tanto como para otorgarme a final de mi etapa en primaria, un diploma al esfuerzo realizado) llegando a tener amistades varias.
En plena adolescencia, coincidiendo con la etapa del Instituto, fue la peor época de mi vida. Durante el primer año, recibí acoso por parte de un alumno que me consideraba como el “rarito de la clase”, se reía por mis formas, gestos y por mi torpeza a la hora de realizar ejercicio físico o distintas destrezas, pero por suerte, fue cortado de raíz gracias a la rápida intervención de dos profesoras. Ese primer curso, fue sin lugar a dudas, el mejor, porque mantuve mi personalidad y pude entablar relaciones sociales. Lo complicado llegó en 2 º de ESO, cuando me disfracé de alguien que no era (intentaba mostrarme como alguien gracioso, inmaduro, intentaba hacer bromas…), con el único objetivo de ser popular y caer bien a los demás. Lo único que ocurrió ante mi esfuerzo por encajar, fue, volver a ser objeto de burla y de bullying por parte de algunos alumnos (muy intensificado en 4º de ESO donde continuamente se metían con mi físico y mis “rarezas”), un sambenito que me acompañará de por vida, 5 años muy duros en los que no me tenía ningún aprecio y en los que resultaba imposible mirarme al espejo, solo quería que pasase toda esa pesadilla.
Una vez finalizado el Instituto, las secuelas eran casi irreparables (como una zona devastada por el paso de un huracán de categoría 5). El dolor era tal, que me impedía iniciar una nueva vida; me matriculé en el Grado de Geografía y conocí a una buena persona con la que compartía ciertas afinidades, pero el primer día de clase, sufrí un ataque de pánico y ansiedad, teniendo que darme de baja (un espacio que me recordaba demasiado al instituto) por lo que pasé un año académico sabático en el que apenas salía de casa y donde tuve una fuerte depresión que comenzó en Navidad y me costó mucho superar.
Sin embargo, sembré los primeros frutos, ya que di el paso de ir al psicólogo, de inscribirme al gimnasio conociendo a gente maravillosa, sintiéndome cómodo y conservando una buena amistad del Instituto. Por ello, pude retomar la carrera que más me gustaba y deseaba hacer (Geografía) en una clase con pocos alumnos/as, en la que pude, por suerte, conocer a dos buenos amigos que sigo conservando y que merecen mucho la pena.
Parece que volvían a encauzarse las aguas, aunque seguí sintiendo la falta de compresión y mi gran dificultad para entablar nuevas relaciones sociales. Todo esto, unido al reencuentro con personas que me hicieron daño en el pasado, hizo que volviera a tener una segunda depresión a principios del año pasado (2020), pudiendo decir que fue como un despeñamiento de 30 metros en el largo camino de subida.
El diagnóstico, recibido hace unos meses (verano de 2020), me ha ayudado a comprender mi comportamiento en años anteriores, a intentar mejorar como persona, a retomar la sociabilización por muy difícil que sea para mí, a ser yo mismo en todos los espacios aunque sienta que no encajo en casi ninguno, aceptar mi forma de ser (educación, generosidad, bondad…) siendo consciente de mis dificultades y de que no siempre podré obtener un buen resultado o tener plena afinidad, en resumen, retomar mi ascenso a la montaña por un sendero más largo pero con mayor seguridad.